El invierno no irrumpe de golpe, pero cuando se instala obliga a tomar decisiones que marcan la salud y el rendimiento del caballo durante meses. No es una cuestión estética ni de costumbre, sino de biología, manejo y coherencia. Desde el esquilado hasta la alimentación, pasando por el trabajo diario, la estación más fría del año exige ajustar rutinas para no comprometer el bienestar del animal ni su condición física.
El primer debate aparece cada otoño con el crecimiento del pelo. La reducción de horas de luz incrementa la producción de melatonina y activa un mecanismo natural: el desarrollo del pelaje invernal, un aislante altamente eficaz que atrapa aire caliente y repele la humedad. El problema surge cuando ese mismo caballo continúa trabajando. Bajo el esfuerzo, el pelo espeso dificulta la termorregulación, provoca sudoraciones intensas y convierte el post-ejercicio en un momento delicado. Un caballo mojado durante horas, especialmente con frío y viento, es terreno abonado para rigideces musculares y problemas respiratorios. Por eso, el esquilado -rasurado- no debe entenderse como una moda, sino como una herramienta de manejo. El esquilado completo sólo tiene sentido en caballos con trabajo intenso y regular durante todo el invierno, bien estabulados y con un sistema de mantas adecuado. Para la mayoría de caballos de trabajo medio o moderado, los esquilados parciales son la opción más sensata. El «trace clip» o el «blanket clip» eliminan el pelo de las zonas donde más se suda -cuello, pecho, flancos y parte de los muslos- y mantienen la protección natural del dorso y de los órganos vitales. Bien planteados, reducen el riesgo de enfriamientos bruscos y de cólicos asociados a pérdidas rápidas de temperatura. Hay una norma que no admite excepciones: nunca colocar una manta sobre un caballo mojado. La humedad atrapada enfría más de lo que abriga. Primero secar completamente y, si es necesario, usar una manta tipo cooler. El esquilado debe decidirse con asesoramiento profesional y ejecutarse siempre por manos expertas.
La alimentación es el segundo pilar del invierno y uno de los más rodeados de ideas equivocadas. El caballo no necesita «entrar gordo» en la estación fría, sino hacerlo en buena condición corporal, sin cambios bruscos que aumenten el riesgo de cólicos o laminitis. El forraje debe ser la base de la dieta, igual que todo el año. La digestión del heno genera calor interno y ayuda a regular la temperatura corporal, convirtiéndose en un aliado natural frente al frío. Cuando la hierba escasea, suplementar con heno de calidad es imprescindible. Conviene utilizar comederos que eviten el desperdicio y la ingesta de arena o barro. Si se administra pienso, es preferible repartirlo en tomas pequeñas, evitando sobrecargas digestivas y excesos de almidón. Un buen equilibrador vitamínico-mineral completa el conjunto, pero nada sustituye a la vigilancia del agua. Bebederos congelados o cubos vacíos cortan la hidratación, y el agua sigue siendo vital incluso cuando el caballo no suda.
Entender cómo percibe el frío el caballo evita errores frecuentes. Tocar orejas o extremidades es un método engañoso: el caballo redirige el flujo sanguíneo hacia los órganos vitales y puede tenerlas frías estando confortable. Con su pelaje invernal intacto y sin manta, muchos caballos toleran temperaturas cercanas a los cinco grados. Los indicadores fiables están en el tronco. Al pasar la mano por costillas o ijares, la piel debe sentirse fresca o templada, nunca fría ni excesivamente caliente. Algún temblor ocasional es normal; los temblores continuos no lo son. La pérdida de peso es el aviso más claro de que el caballo está gastando reservas para mantenerse caliente. El comportamiento también habla: un animal que pasa horas parado en la puerta del «paddock» mirando a la cuadra está expresando incomodidad.
El invierno trae consigo problemas dermatológicos específicos, entre ellos la dermatitis verrugosa o fiebre del barro. La combinación de humedad constante, piel debilitada y barro en cuartillas y menudillos crea el escenario perfecto para la infección bacteriana. Costras, supuración, hinchazón, calor y dolor al tacto pueden aparecer con rapidez. La prevención pasa por mejorar el terreno, buscar zonas más secas, cubrir áreas fangosas y evitar lavados constantes. Dejar secar el barro y retirarlo con cepillo suele ser más eficaz que mojar repetidamente la piel. Cuando la infección aparece, el tratamiento debe ser constante y la intervención veterinaria es obligatoria si hay cojera, fiebre o extensión del problema.
Por último, el entrenamiento. El mal tiempo y la falta de rutina pasan factura. La inactividad reduce la motilidad intestinal, aumenta el riesgo de cólicos y favorece comportamientos derivados del aburrimiento. A nivel físico, implica pérdida de masa muscular y densidad ósea, además de un mayor riesgo de lesiones al retomar el trabajo. La solución no es compleja: mantener la actividad. Abrigarse, aprovechar las horas centrales del día y no renunciar al movimiento. El trabajo en cuestas, las salidas al campo y el uso inteligente de las instalaciones mantienen al caballo activo, equilibrado y preparado para cuando vuelva la primavera.
El caballo no entiende de fiestas navideñas, mantener su rutina y cuidarle igual que todo el año durante las fechas señaladas, harán que su bienestar se mantenga.
La estación más fría del año exige ajustar rutinas para no comprometer el bienestar del animal ni su condición física
El invierno no irrumpe de golpe, pero cuando se instala obliga a tomar decisiones que marcan la salud y el rendimiento del caballo durante meses. No es una cuestión estética ni de costumbre, sino de biología, manejo y coherencia. Desde el esquilado hasta la alimentación, pasando por el trabajo diario, la estación más fría del año exige ajustar rutinas para no comprometer el bienestar del animal ni su condición física.
El primer debate aparece cada otoño con el crecimiento del pelo. La reducción de horas de luz incrementa la producción de melatonina y activa un mecanismo natural: el desarrollo del pelaje invernal, un aislante altamente eficaz que atrapa aire caliente y repele la humedad. El problema surge cuando ese mismo caballo continúa trabajando. Bajo el esfuerzo, el pelo espeso dificulta la termorregulación, provoca sudoraciones intensas y convierte el post-ejercicio en un momento delicado. Un caballo mojado durante horas, especialmente con frío y viento, es terreno abonado para rigideces musculares y problemas respiratorios. Por eso, el esquilado -rasurado- no debe entenderse como una moda, sino como una herramienta de manejo. El esquilado completo sólo tiene sentido en caballos con trabajo intenso y regular durante todo el invierno, bien estabulados y con un sistema de mantas adecuado. Para la mayoría de caballos de trabajo medio o moderado, los esquilados parciales son la opción más sensata. El «trace clip» o el «blanket clip» eliminan el pelo de las zonas donde más se suda -cuello, pecho, flancos y parte de los muslos- y mantienen la protección natural del dorso y de los órganos vitales. Bien planteados, reducen el riesgo de enfriamientos bruscos y de cólicos asociados a pérdidas rápidas de temperatura. Hay una norma que no admite excepciones: nunca colocar una manta sobre un caballo mojado. La humedad atrapada enfría más de lo que abriga. Primero secar completamente y, si es necesario, usar una manta tipo cooler. El esquilado debe decidirse con asesoramiento profesional y ejecutarse siempre por manos expertas.
La alimentación es el segundo pilar del invierno y uno de los más rodeados de ideas equivocadas. El caballo no necesita «entrar gordo» en la estación fría, sino hacerlo en buena condición corporal, sin cambios bruscos que aumenten el riesgo de cólicos o laminitis. El forraje debe ser la base de la dieta, igual que todo el año. La digestión del heno genera calor interno y ayuda a regular la temperatura corporal, convirtiéndose en un aliado natural frente al frío. Cuando la hierba escasea, suplementar con heno de calidad es imprescindible. Conviene utilizar comederos que eviten el desperdicio y la ingesta de arena o barro. Si se administra pienso, es preferible repartirlo en tomas pequeñas, evitando sobrecargas digestivas y excesos de almidón. Un buen equilibrador vitamínico-mineral completa el conjunto, pero nada sustituye a la vigilancia del agua. Bebederos congelados o cubos vacíos cortan la hidratación, y el agua sigue siendo vital incluso cuando el caballo no suda.
Entender cómo percibe el frío el caballo evita errores frecuentes. Tocar orejas o extremidades es un método engañoso: el caballo redirige el flujo sanguíneo hacia los órganos vitales y puede tenerlas frías estando confortable. Con su pelaje invernal intacto y sin manta, muchos caballos toleran temperaturas cercanas a los cinco grados. Los indicadores fiables están en el tronco. Al pasar la mano por costillas o ijares, la piel debe sentirse fresca o templada, nunca fría ni excesivamente caliente. Algún temblor ocasional es normal; los temblores continuos no lo son. La pérdida de peso es el aviso más claro de que el caballo está gastando reservas para mantenerse caliente. El comportamiento también habla: un animal que pasa horas parado en la puerta del «paddock» mirando a la cuadra está expresando incomodidad.
El invierno trae consigo problemas dermatológicos específicos, entre ellos la dermatitis verrugosa o fiebre del barro. La combinación de humedad constante, piel debilitada y barro en cuartillas y menudillos crea el escenario perfecto para la infección bacteriana. Costras, supuración, hinchazón, calor y dolor al tacto pueden aparecer con rapidez. La prevención pasa por mejorar el terreno, buscar zonas más secas, cubrir áreas fangosas y evitar lavados constantes. Dejar secar el barro y retirarlo con cepillo suele ser más eficaz que mojar repetidamente la piel. Cuando la infección aparece, el tratamiento debe ser constante y la intervención veterinaria es obligatoria si hay cojera, fiebre o extensión del problema.
Por último, el entrenamiento. El mal tiempo y la falta de rutina pasan factura. La inactividad reduce la motilidad intestinal, aumenta el riesgo de cólicos y favorece comportamientos derivados del aburrimiento. A nivel físico, implica pérdida de masa muscular y densidad ósea, además de un mayor riesgo de lesiones al retomar el trabajo. La solución no es compleja: mantener la actividad. Abrigarse, aprovechar las horas centrales del día y no renunciar al movimiento. El trabajo en cuestas, las salidas al campo y el uso inteligente de las instalaciones mantienen al caballo activo, equilibrado y preparado para cuando vuelva la primavera.
El caballo no entiende de fiestas navideñas, mantener su rutina y cuidarle igual que todo el año durante las fechas señaladas, harán que su bienestar se mantenga.
Noticias de Deportes en La Razón
Más noticias
El central que se inventó Simeone
Muere Carles Vilarrubí, vicepresidente del Barça con Rosell y Bartomeu
Marc Márquez, el ave fénix de MotoGP