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2 de noviembre de 2025

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Agrovoltaica: cultivos y electricidad

Los datos y el calor achicharran las páginas de papel y las digitales. Las pérdidas anuales —según un informe del prestigioso Journal Hidrology revisado en febrero de 2025— debido a los costes por las sequías en la Unión Europea, Reino Unido, Noruega y Suiza superaron los 13.000 millones de euros. Esta es la estimación positiva. Al otro lado de la ribera, con una temperatura de 3 °C por encima de los niveles preindustriales (lejos del 1,5 °C, como era el objetivo), el precio de la catástrofe ronda los 17.500 millones de euros. Y el sistema alimentario es el más vulnerable. No existe agua suficiente ni para los transportes marítimos. “Es algo estresante”, indica Martin Staats, presidente del cargo marítimo terrestre de Alemania. En 2018, el Rin bajaba con tan poca agua que le costó a la química Basf unos 250 millones de euros. Incluso Francia y Suiza se vieron forzados a apagar sus centrales nucleares ante la falta de líquido para refrigerarlas. Y las presas acumulan el agua justa. En el Reino Unido, el almacenamiento ha caído un 40%. Los embalses españoles estaban en julio pasado —acorde con los cálculos del Ministerio de Transición Ecológica y el Reto Demográfico— en un 54,1% de capacidad. El río Segura sigue preocupando mucho; apenas un 16%.

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Ensayo a largo plazo en el Penedès

Piloto agrovoltaico integrado en el proyecto Solawine, desarrollado por Familia Torres en el viñedo ecológico Mas Rabell, en Sant Martí Sarroca (Barcelona).

Familia Torres, mito vitivinícola de trayectoria centenaria arraigado en Cataluña, acaba de incorporar a Fabrice Ducceschi como director general. Casi toda su carrera procede del sector de la alimentación. Pero ese no es el tema. Torres ha lanzado el proyecto piloto Solarwine; mil hectáreas certificadas en ecológico. “En más de la mitad ya estamos implementando la viticultura regenerativa, que se centra en fomentar la biodiversidad y volver a hacer útiles esos suelos”, desgrana Mireia Torres, directora del área de Innovación y Conocimiento de Familia Torres. El 96% de las viñas españolas (Rías Baixas, Rioja, Ribera de Duero, Rueda y Cataluña) y chilenas cuenta con la certificación ecológica.

Este es el enunciado. Cualquiera se haría una pregunta. ¿Si se emplean paneles cambian las características organolépticas del vino? Es una cuestión profunda, al igual que un cenote. “Sí, cabe esperar que las placas tengan su efecto. El objetivo de Solarwine es analizar las alteraciones microclimáticas bajo las mismas, y de qué manera impactan en el rendimiento y la calidad de la cosecha”, avanza Torres. En principio debería cambiar la acidez, concentrar los aromas, más estructura y color. Elaborar un vino es todo un arte.

El reto de los viticultores frente al cambio climático es conseguir retrasar al máximo la vendimia. De esta forma se evitaría el desfase entre la maduración fenólica (hollejos, pepitas) y la maduración alcohólica (azúcares) que se produce con el incremento de las temperaturas, y que podría afectar a la calidad del vino. Química básica para cualquier bodeguero. Mientras, Mireia Torres cuenta los días para que lleguen los resultados; al menos habrá que esperar hasta la próxima campaña para validarlos. “Aun así, necesitaremos tres años si queremos analizar los logros obtenidos”, concluye la directora de Innovación de la compañía. La cuestión tiene su belleza: en tiempos de la inteligencia artificial, y de su agresiva inmediatez, las vides piden retornar a la lentitud del paso de los bueyes sobre un camino nevado.

 La instalación de placas solares en tierras agrícolas se afianza como una propuesta que no solo protege lo plantado frente a las inclemencias climáticas, también permite aumentar la generación de energía verde. El interés por este tipo de proyectos crece, pero también los desafíos que requieren abordar: los costes son altos y exigen ajustar la densidad de la siembra, el riego, así como las técnicas y herramientas para la cosecha  

Los datos y el calor achicharran las páginas de papel y las digitales. Las pérdidas anuales —según un informe del prestigioso Journal Hidrology revisado en febrero de 2025— debido a los costes por las sequías en la Unión Europea, Reino Unido, Noruega y Suiza superaron los 13.000 millones de euros. Esta es la estimación positiva. Al otro lado de la ribera, con una temperatura de 3 °C por encima de los niveles preindustriales (lejos del 1,5 °C, como era el objetivo), el precio de la catástrofe ronda los 17.500 millones de euros. Y el sistema alimentario es el más vulnerable. No existe agua suficiente ni para los transportes marítimos. “Es algo estresante”, indica Martin Staats, presidente del cargo marítimo terrestre de Alemania. En 2018, el Rin bajaba con tan poca agua que le costó a la química Basf unos 250 millones de euros. Incluso Francia y Suiza se vieron forzados a apagar sus centrales nucleares ante la falta de líquido para refrigerarlas. Y las presas acumulan el agua justa. En el Reino Unido, el almacenamiento ha caído un 40%. Los embalses españoles estaban en julio pasado —acorde con los cálculos del Ministerio de Transición Ecológica y el Reto Demográfico— en un 54,1% de capacidad. El río Segura sigue preocupando mucho; apenas un 16%.

A nadie sorprende esta situación que mezcla años de mayor y menor pluviosidad. ¿Soluciones? Si eres una compañía llamada Farmonaut, con sede en Delaware (Estados Unidos), y utilizas los satélites como las nuevas cosechadoras, la respuesta está en la agrovoltaica y su optimismo. Aseguran que “la productividad de la tierra de cultivo puede aumentar el 70% combinando paneles solares y cultivo de cosechas”. Este sistema permite cosechar y generar energías verdes. Esta naturaleza dual le ayuda a enfrentar la crisis climática, la escasez de tierras de cultivo y las amenazas medioambientales. Están —aseguran— atrayendo el interés de todas las partes del mundo. ¿Exagerado? En un sistema elevado tradicional de agrovoltaica, los paneles son capaces de crear un entorno multifuncional propio. “Ajustando las estructuras y eligiendo las plantaciones correctas se pueden construir espacios resistentes a las tensiones climáticas”, narran por escrito. Y creen en la econometría, una lluvia a veces olvidada. Al combinar paneles solares y cultivos, los sistemas agrovoltaicos pueden producir más alimentos y energía por hectárea que si se usan de forma separada.

Disparar la productividad

Pero hoy toda idea debe crecer bajo la sombra del dinero. La consultora Prophecy Market (un nombre muy adecuado, profecía) estima que este mercado global pasará de los 4.400 millones de dólares en 2024 a los 13.300 millones durante 2035; entre 3.400 millones y 11.300 millones de euros. La industria está buscando nuevas formas para aumentar la productividad y los gobiernos están aportando subvenciones. Estas son sus dos grandes vías. Y la sostenibilidad el comodín de todas las apuestas. Pero los trabajos de consultoría lo aguantan todo, sobre todo según quién lo encargue.

Debajo de las placas fotovoltaicas crece la esperanza. Hilvanado con acierto se divide, pese a su complejidad, en dos formas de arraigar en España. Cultivar, por ejemplo, bajo placas solares. Usa dos palabras simples: on y off. Encendido y apagado. En esta tierra a medio camino crece esta interpretación de lo neoagrícola. Si presionamos la clavija on se iluminan las ventajas. Permite generar energía sin sacrificar tierra agrícola, que en muchas zonas resulta escasa; los agricultores diversifican sus ingresos y la sombra reduce eso que los expertos denominan estrés hídrico del suelo (cuatro palabras para nombrar la sequía). La luz se enciende en los campos al igual que luciérnagas durante el verano. Pero de súbito, se descuelga la oscuridad. Los costes son altos. Se estima que la inversión puede ser entre un 20% y un 30% superior a la de un parque convencional en suelo agrícola. Y algunos cultivos sensibles a la sombra o la humedad exigen ajustar la densidad de la siembra, el riego y las técnicas de cosecha. Además, la lógica lleva a que hará falta una maquinaría especial si, por ejemplo, los paneles son altos. Y la logística, cuando está expuesta a máquinas agrícolas o animales, exige atención y mucho cuidado. Nadie escribió que fuera fácil. “La agrovoltaica presenta diversos retos y oportunidades, pero para su aprovechamiento es preciso llevar a cabo un análisis en profundidad de posibles cultivos a implantar y un estudio económico y de impacto en sostenibilidad de los seleccionados, incluyendo los costes de producción, los precios de venta, la compensación por la absorción de CO2, así como posibles subvenciones o ayudas”, reflexiona Antonio Hernández, socio del área de Sectores Regulados y Análisis Económicos de EY.

Cada país es un mundo agrícola. En España, la implantación de la cacofónica agrovoltaica ha enraizado en cultivos que se benefician de la sombra —aunque sea parcial— que proyectan los paneles solares. Esa oscuridad, claro, consume menos agua. Y la práctica arrincona a la teoría. El Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Medioambiental (IMIDA) prueba con el brócoli, la lechuga baby, la col picuda, el dulzor del apio y varias plantas aromáticas: hinojo, tomillo, romero. Los agricultores deberían ganar más y la sequía tendría que cuartear menos el terreno. Pero se desvanece la luz. Incluso así, hay que mirar. En la comarca del Penedès (Cataluña), las cepas dialogan con los paneles (programa Solarwine); Iberdrola y González Byass también trabajan en las vides mediante la construcción del proyecto WineSolar. Y en una nación de secano (trigo, cebada, avena) como la nuestra las plantas buscan la sombra al igual que el beduino un oasis. Una gran ayuda en las áreas áridas y semiáridas. Aunque falta una normativa clara y el sector recorre una incertidumbre sobre permisos y compatibilidad con otras subvenciones agrícolas. Esto sucede en España, pero también fuera.

Innovación solar

Las finanzas han detectado la marmita del tesoro al final del arcoíris. Manuel Fernández Losa, cogestor del fondo Pictet Clean Energy Transition, tiene en cuenta compañías que “fabrican estructuras móviles, paneles solares que, a la vez, maximizan la producción eléctrica”; perfectas, imaginadas desde fuera, para la agrovoltaica. Como Nextracker, presente en 40 países y, según su web, líder en innovación solar, incluso en condiciones climáticas extremas.

El Gobierno promociona la inversión en este tipo de plantas mediante las ayudas del Programa de Energías Renovables Innovadoras 2024 del Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE). La primera convocatoria tiene un presupuesto de 250 millones de euros. Las iniciativas deben ser innovadoras y no provocar un daño significativo al medio ambiente. Todo es tan nuevo como girasoles deslumbrados frente a la luz del Sol.

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En la Bodega Otazu (Pamplona), junto con los hoteles de insectos, la instalación cuenta con placas solares “y promueven la reducción del impacto ambiental a partir de botellas más ligeras [hasta un 84% de vidrio reciclado]”, destaca la experta Lise Boursier, quien ha trabajado en Nueva Zelanda.

Uno de los proyectos que está apoyando con más insistencia Europa es el denominado PV4Plants (Horizon Europe), orientado en cuanto a geografía por el Instituto de Investigación en Energía de Cataluña (IREC), y entre cuyos destinos en el Viejo Continente figura Ávila. La idea es un tanto técnica, pero intuitiva (gracias a la financiación Horizon Europe): estudia la integración de paneles solares con cultivos acuáticos no convencionales. Todavía en fase de piloto (2023-2027), monitoriza la luz, la humedad y el uso de dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno. Un nuevo ecosistema para microalgas y lenteja del agua. En los textos de biología tiene su propia sintaxis: acuapónicos. Integra la producción de peces y de hortalizas.

Este espacio, donde conviven las energías renovables y la tierra de siempre, habita un espacio en gris. ¿El suelo industrial que ocupan los paneles solares, por ejemplo, se puede transformar en agrícola? “No existe una respuesta. Algunos agricultores españoles se lanzan. Otros prefieren no arriesgar las subvenciones de la Política Agraria Comunitaria (PAC)”, reflexiona Roberto Andrés, responsable del proyecto Sustainext (Endesa, a través de su filial renovable Enel Green Power España) en Valdecaballeros (Cáceres), cerca de la desmantelada central nuclear. La comunidad extremeña, por su topología, es una de las que tiene más horas de insolación en toda España. Después de varias pruebas, una especie aromática de toda la vida halló un ecosistema perfecto entre placas de hasta 10 metros: el romero. Endesa ha enraizado unas 165.000 plantas, y una empresa biotecnológica de la región ha encontrado su salida económica. Un reto para un proyecto íntegramente europeo, y de los más potentes: 24 millones de euros de presupuesto. “Ser en la vida romero, romero solo que cruza siempre por caminos nuevos”. León Felipe (1884-1968) ya vio llegar esos senderos distintos. Ah, y el ecopostureo (greewashing), que está presente. Nada nuevo bajo el sol foráneo. Cambiar el uso del terreno industrial por el agrícola solo como una especie de señuelo verde.

Desinflar burbujas

Esto podría cambiar; tanto el IDAE como el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación están presionando en Bruselas —la PAC cambia cada año— para que esta transformación sea posible y los agricultores adheridos a sus programas puedan seguir recibiendo las subvenciones y, a la vez, mantener las tan necesarias tierras agrícolas. Más ingresos para el labriego. “Nosotros vamos muy despacio. Haciendo bien las cosas. Hace tiempo que ya encargamos a la Universidad de Córdoba analizar su futuro. Desde luego, nadie tiene una bola de cristal. Pero lo que intentamos desinflar son muchas burbujas”, subraya Paz Fuente, subdirectora general de Cultivos Industriales y Aceite de Oliva. Bastante responsabilidad. Pero lanza preguntas esenciales: “¿Qué ocurrirá con la ganadería? ¿O con los insectos?”. Alemania, Italia o Portugal parece que estuvieran más adelantados; sin embargo, cada país es un mundo en ecosistemas, fauna, temperaturas, recursos. La tecnología ayuda a girar las placas para que entre más luz. Al fin y al cabo, algunas llegan a los 10 metros.

Es una fase de aprendizaje. “Por ahora todo son proyectos y como tal los estamos valorando, con esa calma necesaria”, describe la responsable ministerial. Sabe que no todo lo que sea tecnológicamente posible y económicamente viable ha de ser aceptado socialmente. El campo es ese tiempo que pasa como nubes cargadas de lluvia. Y falta la otra parte: tiene que haber empresas que tengan clientes para esos productos. Es decir, un match tecnológico. El análisis entre pros y contras aún no ha terminado. La agrovoltaica ha empezado a arraigar en suelos complicados. Es una esperanza, aunque por ahora solo basada en prototipos. Eso sí, alguien ha encendido la luz. On.

Ensayo a largo plazo en el Penedès

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Familia Torres, mito vitivinícola de trayectoria centenaria arraigado en Cataluña, acaba de incorporar a Fabrice Ducceschi como director general. Casi toda su carrera procede del sector de la alimentación. Pero ese no es el tema. Torres ha lanzado el proyecto piloto Solarwine; mil hectáreas certificadas en ecológico. “En más de la mitad ya estamos implementando la viticultura regenerativa, que se centra en fomentar la biodiversidad y volver a hacer útiles esos suelos”, desgrana Mireia Torres, directora del área de Innovación y Conocimiento de Familia Torres. El 96% de las viñas españolas (Rías Baixas, Rioja, Ribera de Duero, Rueda y Cataluña) y chilenas cuenta con la certificación ecológica.

Este es el enunciado. Cualquiera se haría una pregunta. ¿Si se emplean paneles cambian las características organolépticas del vino? Es una cuestión profunda, al igual que un cenote. “Sí, cabe esperar que las placas tengan su efecto. El objetivo de Solarwine es analizar las alteraciones microclimáticas bajo las mismas, y de qué manera impactan en el rendimiento y la calidad de la cosecha”, avanza Torres. En principio debería cambiar la acidez, concentrar los aromas, más estructura y color. Elaborar un vino es todo un arte.

El reto de los viticultores frente al cambio climático es conseguir retrasar al máximo la vendimia. De esta forma se evitaría el desfase entre la maduración fenólica (hollejos, pepitas) y la maduración alcohólica (azúcares) que se produce con el incremento de las temperaturas, y que podría afectar a la calidad del vino. Química básica para cualquier bodeguero. Mientras, Mireia Torres cuenta los días para que lleguen los resultados; al menos habrá que esperar hasta la próxima campaña para validarlos. “Aun así, necesitaremos tres años si queremos analizar los logros obtenidos”, concluye la directora de Innovación de la compañía. La cuestión tiene su belleza: en tiempos de la inteligencia artificial, y de su agresiva inmediatez, las vides piden retornar a la lentitud del paso de los bueyes sobre un camino nevado.

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