Hace unos días, durante una jornada sobre la libertad de expresión en el Congreso de los Diputados, Kiko Méndez-Monasterio, de Vox, citó la frase de un político español de quien no quiso decir el nombre pero que tiene toda la pinta de ser Jorge Verstrynge: «Cuando a quien manda solo le queda la censura es que le queda muy poco tiempo en el poder». Se trata de una verdad que estos días podemos comprobar en los periódicos y telediarios, que muestran el declive de las clases dirigentes europeas, que fueron admiradas hasta la segunda mitad del siglo XX y ahora se dedican a reprimir cualquier demanda de sus pueblos.
Censura o represión, sin duda, es lo que está ocurriendo en el país más fuerte de la Unión Europea, donde un sistema político desacreditado entró en pánico con el ascenso de Alternativa por Alemania. Justo en el momento en que una encuesta mostró que el partido socialpatriota es ya el más apoyado por los alemanes, aparece un informe de su CNI argumentando que hay motivos para ilegalizarles por ser una «entidad extremista» incompatible con la democracia. Ni siquiera la mayoría de lso alemanes están de acuerdo: un reciente sondeo revela que solamente el 33% se muestra favorable al llamado «cordón sanitario».
La izquierdista Sahra Wagenknecht, poco sospechosa de simpatías por AfD, ha declarado que sacar a ese partido del sistema es «cuestionable y contraproducente». Lo compara con una bofetada a sus votantes, que «no convencerá a ninguno de cambiar de opinión». Explica también que «lo que necesitamos no es otro debate sobre prohibiciones sino una política sensata que convenza a los ciudadanos y mejore sus condiciones de vida, en vez hacerlos enfadar cada vez más con incompetencia, paternalismo y fraude electoral», señala.
Tormentas políticas
¿Fraude electoral? Aunque muchos de nuestros medios callen, hay un escándalo en Alemania por presuntas irregularidades en las últimas elecciones. Un informe de 80 páginas elaborado por Marcel Luthe, ex miembro del liberal Partido Democrático Libre (FDP) y presidente de la Unión de Buen Gobierno, ha desatado una tormenta política al revelar —entre otras cosas—que 2,5 millones de alemanes muertos seguían presentes en el padrón, un dato muy feo por sí solo, pero más si añadimos la falta de controles de identidad efectivos en muchos colegios electorales.
Nuestras élites viven en burbujas cien por cien ajenas al hundimiento de esa clase media que alguna vez hizo grande a Europa
Contraproducente fue también la inhabilitación de Calin Georgescu, candidato socialpatriota de Rumanía, que solo ha servido para que su partido arrase en la repetición de la primera vuelta, ampliando su ventaja. De golpe y porrazo, fiscalías y tribunales de cuentas se han lanzado a investigar a todos y cada uno de los pujantes partidos de Nueva Derecha. Obtendrán alguna otra inhabilitación (Marine Le Pen) y alguna multa (Vox) pero eso solamente reforzará a sus votantes y atraerá a otros nuevos, que intuirán que esas son las opciones que verdaderamente molestan al sistema.Lo que parece una estrategia de asfixia es en realidad un bumerán contra quien las impulsa.
Además, hay otro gran factor que juega en contra del poder establecido y es la firme alianza del trumpismo con los partidos de Nueva Derecha, que pone en una posición incómoda a la UE, salpicada además por casos de corrupción cada vez más lamentables (Qatargate, Marocgate, sobornos Huawei…). La persecución no va a funcionar y las élites de aquí no parecen tener mucho que ofrecer, como confirma la pieza de opinión de Soledad Gallego-Díaz en El País llamando a una manifestación el día 11 en Callao (Madrid) para apoyar a la Unión Europea («¡A la calle, europeos!», se titula). El texto básicamente elogia a Bruselas por restar soberanía a España, a quien describe como un ente subordinado y destaca que la UE «ha conseguido mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos hasta niveles nunca soñados». Por si quedaban dudas de que nuestras élites viven en burbujas cien por cien ajenas al hundimiento de esa clase media que alguna vez hizo grande a Europa.
Las élites europeas, antes las más admiradas, reprimen hoy a su pueblo para mantener su estatus
Hace unos días, durante una jornada sobre la libertad de expresión en el Congreso de los Diputados, Kiko Méndez-Monasterio, de Vox, citó la frase de un político español de quien no quiso decir el nombre pero que tiene toda la pinta de ser Jorge Verstrynge: «Cuando a quien manda solo le queda la censura es que le queda muy poco tiempo en el poder». Se trata de una verdad que estos días podemos comprobar en los periódicos y telediarios, que muestran el declive de las clases dirigentes europeas, que fueron admiradas hasta la segunda mitad del siglo XX y ahora se dedican a reprimir cualquier demanda de sus pueblos.
Censura o represión, sin duda, es lo que está ocurriendo en el país más fuerte de la Unión Europea, donde un sistema político desacreditado entró en pánico con el ascenso de Alternativa por Alemania. Justo en el momento en que una encuesta mostró que el partido socialpatriota es ya el más apoyado por los alemanes, aparece un informe de su CNI argumentando que hay motivos para ilegalizarles por ser una «entidad extremista» incompatible con la democracia. Ni siquiera la mayoría de lso alemanes están de acuerdo: un reciente sondeo revela que solamente el 33% se muestra favorable al llamado «cordón sanitario».
La izquierdista Sahra Wagenknecht, poco sospechosa de simpatías por AfD, ha declarado que sacar a ese partido del sistema es «cuestionable y contraproducente». Lo compara con una bofetada a sus votantes, que «no convencerá a ninguno de cambiar de opinión». Explica también que «lo que necesitamos no es otro debate sobre prohibiciones sino una política sensata que convenza a los ciudadanos y mejore sus condiciones de vida, en vez hacerlos enfadar cada vez más con incompetencia, paternalismo y fraude electoral», señala.
¿Fraude electoral? Aunque muchos de nuestros medios callen, hay un escándalo en Alemania por presuntas irregularidades en las últimas elecciones. Un informe de 80 páginas elaborado por Marcel Luthe, ex miembro del liberal Partido Democrático Libre (FDP) y presidente de la Unión de Buen Gobierno, ha desatado una tormenta política al revelar —entre otras cosas—que 2,5 millones de alemanes muertos seguían presentes en el padrón, un dato muy feo por sí solo, pero más si añadimos la falta de controles de identidad efectivos en muchos colegios electorales.
Nuestras élites viven en burbujas cien por cien ajenas al hundimiento de esa clase media que alguna vez hizo grande a Europa
Contraproducente fue también la inhabilitación de Calin Georgescu, candidato socialpatriota de Rumanía, que solo ha servido para que su partido arrase en la repetición de la primera vuelta, ampliando su ventaja. De golpe y porrazo, fiscalías y tribunales de cuentas se han lanzado a investigar a todos y cada uno de los pujantes partidos de Nueva Derecha. Obtendrán alguna otra inhabilitación (Marine Le Pen) y alguna multa (Vox) pero eso solamente reforzará a sus votantes y atraerá a otros nuevos, que intuirán que esas son las opciones que verdaderamente molestan al sistema.Lo que parece una estrategia de asfixia es en realidad un bumerán contra quien las impulsa.
Además, hay otro gran factor que juega en contra del poder establecido y es la firme alianza del trumpismo con los partidos de Nueva Derecha, que pone en una posición incómoda a la UE, salpicada además por casos de corrupción cada vez más lamentables (Qatargate, Marocgate, sobornos Huawei…). La persecución no va a funcionar y las élites de aquí no parecen tener mucho que ofrecer, como confirma la pieza de opinión de Soledad Gallego-Díaz en El País llamando a una manifestación el día 11 en Callao (Madrid) para apoyar a la Unión Europea («¡A la calle, europeos!», se titula). El texto básicamente elogia a Bruselas por restar soberanía a España, a quien describe como un ente subordinado y destaca que la UE «ha conseguido mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos hasta niveles nunca soñados». Por si quedaban dudas de que nuestras élites viven en burbujas cien por cien ajenas al hundimiento de esa clase media que alguna vez hizo grande a Europa.
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