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‘TintaLibre’ reproduce las reflexiones de Nuño Rodrigo, que analiza el mundo de las criptomonedas, un Salvaje Oeste sin normas ni autoridades
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Para explicar algo hay que entenderlo bien. Para explicárselo a un niño, mejor que bien. El mismo día que acepté el encargo de esta pieza mi hija me había disparado a bocajarro una de sus balas, ni de lejos la más difícil: “¿Papá, qué son las criptos?”. Dentro la cadena trófica de la educación secundaria los chicos mezclan la información de casa con la de su entorno. Si preguntan por las criptos es porque alguno en clase habrá dicho que tradea.
Las criptomonedas son dinero virtual. No son de ningún país, no tienen un soporte físico, no puedes pagar con ellas. Dinero que no representa nada (como el del Monopoly o del Brawl Stars) pero con muchísimo valor. Y llegó la temida repregunta, “¿por qué?”. Spoiler: porque es escaso, y porque somos avariciosos. Por conceptos tan viejos como el “señora, me lo quitan de las manos”, que aplican desde la teletienda (“últimas unidades”) hasta las cadenas de moda.
El origen del bitcoin está escrito en este paper de 2008 firmado con el misterioso seudónimo Satoshi Nakamoto (del que poco se sabe: solo que posee bitcoins por casi 100.000 millones) y que sienta las bases, en código abierto, de la tecnología blockchain o cadena de bloques: una base de datos en red, distribuida, y protegida criptográficamente, de forma que cuando se incluye una entrada nueva el cambio queda consolidado, para siempre, en todos los participantes. Es un mecanismo seguro de preservar información sin depender de un registro central. La propuesta de uso del bitcoin como moneda implica que cada transferencia de un miembro de la red a otro queda registrada en el blockchain por lo que, en teoría, el bitcoin podría ser el dinero de un mundo sin bancos. A su vez, los bitcoins se crean a partir de la propia red blockchain, como recompensa para los miembros que, además de operar, validan las transacciones y las protegen criptográficamente, en un proceso que se llama minado. No se entiende la moneda sin la tecnología, y viceversa. Ahora bien, ya ha dejado de ser un concepto innovador; aún estamos por descubrir su aplicación rentable, masiva y escalable, su killer app. Las comparaciones son nítidas; por aquel entonces en España apenas circulaban unas pocas unidades del primer smartphone, el iPhone que Apple acababa de lanzar en el país.
Económicamente encierra dos características clave: el control de la oferta y el relato. El paper de Nakamoto está fechado dos semanas después de la quiebra de Lehman Brothers, la época en la que los ciudadanos, con sus impuestos, tenían que sacar a los bancos de los agujeros financieros donde se habían metido ellos solitos. El sistema sobrevivió y se recuperó.
Las finanzas a pie de calle no. La primera entrada de la cadena de bloques (enero de 2009) contenía el titular de una noticia sobre un rescate bancario.
El bitcoin, un dinero independiente de los bancos (centrales y comerciales), anónimo y descentralizado, porque no es de nadie y es de todos, encajaba en el Zeitgeist, el espíritu de los tiempos. Cuando Visa y Mastercard vetaron los donativos a Wikileaks, Assange aceptó bitcoins. Pero nunca funcionó como una moneda. De las tres características básicas del dinero (medio de cambio, unidad de cuenta y reserva de valor), solo cumple la tercera, gracias a su propia concepción.
El mundo cripto ha sido, y aún es, un Salvaje Oeste sin ‘sheriff’. Sin normas ni autoridades, la imaginación es el límite, para bien y, claro, para mal. Una mezcla de videojuego, distopía y paraíso anarcocapitalista
Nakamoto diseñó la moneda para que la oferta aumentara de forma predecible e inmutable: desde 2008 se sabe cuándo se minará el último bitcoin (2140). Aún hay debate sobre si se basó en la evolución de la extracción de oro o si quiso que el bitcoin fuera una reserva de valor a prueba de la inflación. Pero el mito del oro digital convirtió un proyecto de moneda en una realidad como activo de inversión. El oro también nació como moneda de cambio y, tras siglos como referencia de las divisas, hoy se compra en los mercados de materias primas. El bitcoin ha hecho ese viaje en pocos años. Meses casi.
Con oferta restringida y un gran relato, de abril a junio de 2011 el bitcoin multiplicó su valor por más de 25 veces. De enero a abril de 2013, por más de 20. En 2017 multiplicó por 10 en cinco meses, al igual que en pandemia (de marzo de 2020 a abril de 2021). A cada subida le seguía una fuerte caída y, a veces, años de travesía del desierto (denominada criptoinvierno). Pero cada máximo ha sido siempre más alto que el anterior, y las subidas, un imán para nuevos inversores/usuarios. El terreno era fértil, con tipos de interés al 0% (incentivo al riesgo) y bajo el influjo de las Google y compañía. La analogía es fácil: una tecnología que empezó en un garaje y cambia las reglas de juego. Con bola extra: no es ganar dinero con la empresa de otros. Es hacerlo rápido, sustituyendo las elites económicas por una suerte de “comunidad” y sin preocuparnos de los planes de negocio, en función del número de miembros de la comunidad y de su estado de ánimo (que suele ser positivo, si no para qué).
Esta mutación explica su deriva sociológica: el proyecto descentralizado pasó a protagonizar odas al dinero fácil en redes sociales. Otra analogía tramposilla: la explosión de los creadores de contenidos al margen de los medios tradicionales y la idea (explícita o no) de “tú también puedes” encaja con la filosofía cripto, y ha hecho de los criptoinfluencers los expertos en finanzas (y en la exaltación de la testosterona y el individualismo) de una generación o dos.
La pandemia, el gran acelerador de tantas cosas. Millones de personas encerradas en casa, con dinero que gastar y tiempo de sobra para consumir videos y podcasts de realidades alternativas. Se notó en las Bolsas (acciones meme, opciones a un día), y el ejemplo extremo fueron los NFTs, archivos informáticos únicos gracias a la tecnología blockchain. Salió mal. Pero el apetito por las emociones fuertes y la popularidad de las redes sociales sembró la semilla de la gran explosión cripto y su conversión en mainstream.
El camino fue accidentado. El mundo cripto ha sido, y aún es, un Salvaje Oeste sin sheriff. Sin normas ni autoridades, la imaginación es el límite, para bien y, claro, para mal. Una mezcla de videojuego, distopía y paraíso anarcocapitalista. De hecho, es incorrecto decir que el bitcoin no se usa como divisa. Si tenemos que pagar un rescate a un hacker, comprar drogas en la internet oscura o traficar con datos de tarjetas de crédito, es nuestra moneda.
Como canta la cultura popular americana, de los carromatos del Oeste nacieron pueblos, villas y ciudades. Alrededor del bitcoin ha crecido desde cero una industria financiera. La lista de criptomonedas, inabarcable: unas 18.000 activas que suman un valor de mercado de 2,8 billones. El bitcoin es la referencia más seria por su conexión con la tecnología original y la limitación de la oferta, y supone el 60% de la tarta. Ethereum (la segunda) permite “programar” el dinero. Tether, tercera, es una stablecoin; su valor está (de momento) atado al dólar y se usa como versión cripto del dinero estándar. Dogecoin es una memecoin, una broma de internet convertida, por los extraños caminos del destino, en un activo financiero que, además, bautiza el ministerio de Elon Musk. Solana es otra cripto sobre cuya tecnología usted mismo puede lanzar una memecoin en menos de lo que tarda en leer este artículo. Si no lo creen, busquen en Google. O pregunten a Javier Milei o al propio Trump, que se ha embolsado 320 millones de dólares vendiendo $TRUMP. Quien compró ha perdido hasta el 90%.
La primera gran contradicción de las criptos es que, con la descentralización como estandarte, es una industria mucho más centralizada que la banca tradicional. No es la única paradoja. Su pujanza no se entiende sin la comunidad de usuarios, pero el reparto de la tarta no es el de una comuna: el 0,28% de los propietarios posee el 82% de los bitcoins emitidos
Las plataformas del sector no solo ofrecen compraventa o custodia (las criptos se guardan en billeteras virtuales); también depósitos, préstamos y todos los servicios de un banco tradicional. Pero esa ausencia de normas ha provocado fraudes, robos o hackeos que han tumbado, o afectado, a casi todas las firmas de referencia. Cayeron Mt Gox, Terra-Luna o FTX. Binance se mantiene en pie, pero fue acusada de fraude… Si ocurriera lo mismo con Santander, BBVA y CaixaBank, podríamos sospechar que algo no funciona en la banca tradicional.
La primera gran contradicción de las criptos es que, con la descentralización como estandarte, es una industria mucho más centralizada que la banca tradicional. El alza del sector obedece a su tecnología pero también (quizá en primer lugar) a la ventaja regulatoria, porque sin guardia de tráfico es más fácil llegar antes. No es la única paradoja. Su pujanza no se entiende sin la comunidad de usuarios, pero el reparto de la tarta no es el de una comuna: el 0,28% de los propietarios posee el 82% de los bitcoins emitidos (de esta cantidad entre el 10% y el 20% son criptos de particulares custodiadas por terceros). Cero sorpresa aquí; la filosofía anarcocapitalista (Ayn Rand y compañía) o la obsesión por el oro siempre han triunfado tanto entre becarios de la banca de inversión como entre herederos multimillonarios. La cripto es una comunidad muy masculinizada; al predominio de los hombres en finanzas y tecnología se añade la habitual menor aversión al riesgo de ellas. Y un hecho que dispara las interacciones entre manosfera y criptos.
Si las criptos ya capturaron el Zeitgeist de 2011, en 2025 se han superado. Donald Trump las despreciaba en su primer mandato; hoy trabaja rodeado, y generosamente financiado, por magnates ligados a este mundo. Los vapores tecnofeudalistas, o directamente medievales, son cada vez más densos: el poder creciente, real y concreto, de un puñado de aristobros (término que me acabo de inventar) mientras los gobiernos juegan a los mapas. La ausencia de distinción entre el interés público y el privado fruto del culto al líder. El declive de la información escrita en favor de la cultura oral, donde los mitos y los relatores valen más que la información o los argumentos. Un mundo donde las inconsistencias no existen y el conocimiento científico se privatiza, como ejemplifica el desarrollo de la IA. Que también el dinero tienda a ser privado no nos puede sorprender.
Pero tampoco me olvido de Dylan. Los tiempos cambian, y los mayores no debemos criticar lo que no podemos entender. Por mucho criptobro protofascista, por mucho youtuber con Lamborghini, mansión alquilada y escort de Onlyfans, no cabe etiquetar a una comunidad de decenas de millones de personas. Hay chicos que tradean según la verborrea de gurús musculados. Otros compran bitcoins a largo plazo porque el antiguo futuro más claro (carrera, trabajo, casa o familia opcionales) está difuso, sea por un ascensor social estropeado o por elección. “Quien tiene mucho dinero puede especular; quien tiene poco debe especular; quien no tiene dinero en absoluto está obligado a hacerlo”, dijo Kostolany, uno de los más famosos inversores en bolsa de la historia. No soy quién para reprochar a nadie de menos de 30 años un cierto nihilismo. Y, sobre todo, hay en este mundo millones de adeptos no tanto del dinero rápido sino del blockchain, muchos de ellos ya con una carrera profesional a sus espaldas.
Bajando al terreno, la tecnología es aún una excelente solución a falta de un problema. Podría, como tantos futbolistas, ser una promesa hasta el día de su retirada, o que encuentre su lugar en el mundo. Hay multitud de iniciativas para automatizar el trabajo sucio de los mercados financieros, pero en fase de pruebas. Legalmente el blockchain está admitido como representación de la propiedad privada por lo que tiene también un uso potencial en sectores como el inmobiliario, registral o jurídico. Su carácter programable ofrece también un amplísimo abanico de aplicaciones y, por si acaso, el Banco Central Europeo trabaja desde hace años en un posible euro digital.
Estamos acostumbrados, yo el primero, a calibrar las ventajas y desventajas del bitcoin con los ojos del primer mundo. Pero en Kenia casi toda la población usa el sistema de pagos M-Pesa, desarrollado con móviles analógicos a partir de 2007. La ley da al dinero muchas de sus propiedades, pero la ley nace del uso, y allá donde el sistema financiero no es funcional, es más sencillo que las criptos ocupen su lugar. El blockchain no sirve para nada en concreto, pero podría servir para mucho, y para que funcione hacen falta criptomonedas.
El bitcoin ha acabado fundiéndose con su antagonista. En enero de 2024, EE UU autorizó el lanzamiento de fondos cotizados sobre bitcoins. El producto abrió el escenario cripto a inversores profesionales y particulares que, por voluntad o por mandato, lo tenían vetado, con un éxito abrumador. Lógicamente, Wall Street no ha tenido dudas en abrazarlo
Ahora bien, si fuera solo por esto, ni yo habría escrito esto ni usted lo estaría leyendo. Es el bitcoin como inversión lo que le ha dado vuelo en la sociedad, la economía y los mercados. El dinero llama al dinero, y el bitcoin ha acabado fundiéndose con su antagonista. En enero de 2024 EE UU autorizó el lanzamiento de fondos cotizados sobre bitcoins, un momento crítico. El producto abrió el escenario cripto a inversores profesionales y particulares que, por voluntad o por mandato, lo tenían vetado, con un éxito abrumador. Lógicamente, Wall Street no ha tenido dudas en abrazarlo. Son multitud los productos e iniciativas referenciados a las criptos y la ingeniería financiera ligada a estos activos hace de las hipotecas subprime un juego de niños. Frikis financieros, infórmense sobre la estructura de capital de MicroStrategy.
Los riesgos para el inversor están a la vista. Aun sin entrar en analogías con las grandes burbujas de la historia, las estafas piramidales, fraudes y hackeos han sido frecuentes. Aunque en Europa la normativa que ha entrado en vigor este año limita los riesgos, fuera de la UE aún impera el Salvaje Oeste. Los riesgos para el medio ambiente también son claros, pues la minería de bitcoins es intensiva en energía (y más si suben los precios). Tecnológicamente, en un futuro los chips cuánticos o la IA pueden tumbar los cimientos criptográficos del bitcoin. Y a corto plazo, los riesgos para el sistema financiero están por determinar, pero su crecimiento, complejidad e interconexión deberían poner en guardia a cualquiera que, habiendo vivido dos o tres crisis, sepa cómo se desencadenan, propagan y terminan. Aquí la brecha generacional juega a favor de la X, y explica el entusiasmo millennial y de la Z. Uno, finalmente, no puede dejar de pensar qué pasaría si el dinero dedicado a bitcoins se dedicara, no ya a paliar el hambre en el mundo, sino al menos a financiar inversión productiva.
Lo que nació como un dinero libre de bancos centrales, políticos y altas finanzas ha terminado como el juguete favorito de los hombres más ricos del mundo, de la Casa Blanca, de Wall Street y con una cotización pendiente, paradoja final y casi definitiva, de si los bancos centrales usan el dinero fiat (como se denomina en el mundo cripto al dinero normal) para inflar la cotización del supuesto dinero del futuro
El giro de guion final nos lo han dado Trump, Musk y compañía, al desbrozar a los cautelosos supervisores, con los proyectos “toma el dinero y corre” y con la idea de una reserva estratégica de criptomonedas. Lo que nació como un dinero libre de bancos centrales, políticos y altas finanzas ha terminado como el juguete favorito de los hombres más ricos del mundo, de la Casa Blanca, de Wall Street y con una cotización pendiente, paradoja final y casi definitiva, de si los bancos centrales usan el dinero fiat (como se denomina en el mundo cripto al dinero normal) para inflar la cotización del supuesto dinero del futuro.
Ahora ya me parece menos raro que en las aulas de secundaria sepan que existen las criptos.
Pero, volviendo al principio, ¿qué es el bitcoin? No es nada, no representa nada en realidad y por eso no podemos, ni yo ni nadie, decir si está caro o barato. Pero, lejos de ser una debilidad, esa es su principal fuerza. Como las palabras que pronuncia Humpty Dumpty en Alicia en el País de las Maravillas, el bitcoin es lo que cada uno quiere que sea, ni más ni menos.
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