El fútbol vuelve a ser cruel con el Atlético

El fútbol puede ser muy cruel y esta semana lo ha sido con el Atlético. Después de todo lo que sucedió el miércoles, de la eliminación contra el Real Madrid y de las formas, se encontró con una derrota contra el Barcelona que no imaginaba en el tiempo añadido. Esta vez no fue una decisión arbitral. Un rebote en Reinildo desvió el remate de Lamine Yamal e hizo que Oblak no pudiera llegar a la pelota. El gol de Ferran en el último momento del partido ya era casi una anécdota. Un clavo más en un ataúd que ya estaba cerrado.

El miércoles el Atlético se despidió de la Liga de Campeones y el domingo de la Liga, si hacemos caso a las palabras de Simeone en la previa. Quizá no sea para tanto, pero parece más difícil recuperar el ánimo de los futbolistas que la diferencia de puntos con el Barcelona. Porque la derrota llegó cuando más parecía el partido del Atlético después del gol de Sorloth. Pero en apenas seis minutos vio evaporarse casi todo lo que había construido con un ejercicio perfecto de resistencia y con una interpretación académica del contraataque.

En seis minutos los dos goles de ventaja que tenía vio cómo se quedaban en nada, anulados por los de Lewandowski y Ferran Torres. Había dejado el Atlético que el partido enloqueciera, terreno ideal para lanzar sus contraataques, pero fueron esos momentos los que aprovechó el Barcelona para encontrar los huecos que tanto le había costado encontrar.

Parecía perfecto hasta entonces el partido para el Atlético. Después de lo que pasó el miércoles, Julián Álvarez levantó la cabeza para guiar otra vez a su equipo. Y esta vez, para que no hubiera dudas, el Atlético marcó al primer toque. Toda la jugada fue así, desde el saque largo de Oblak, pasando por el cabezazo de Reinildo para prolongar. Y los de arriba siguieron con el juego. Griezmann no necesitó un control para poner la pelota en los pies de Giuliano ni el pequeño Simeone para dejársela a Julián para que empujara el primer gol.

El Barcelona había dominado la pelota de manera abusiva, pero no era capaz de sacar ventaja de la posesión a pesar de las ocasiones de Lamine y de Lewandowski y de la habilidad de Dani Olmo para manejarse rodeado de contrarios. El Atlético defendía en un espacio reducido y muchas veces se veía a 21 jugadores –todos menos Szczesny– agrupados en no más de 25 o 30 metros. Pero el equipo de Simeone se fue estirando con el paso de los minutos, arrimándose al área de Szczesny. Hasta que llegó el gol a punto de cumplirse el minuto 45.

Repitieron el guion los dos equipos al regresar del vestuario, con el Barcelona dominando y el Atlético encerrado. Sobraban 70 metros de campo, pero ahí encontró otra vez el gol el Atlético. No podía faltar el de Sorloth, que había marcado en los dos partidos anteriores contra los azulgrana. Había sustituido a Julián e hizo exactamente lo que hubiera hecho el argentino, rematar un contraataque en el área a la primera. Pero el mérito tiene que repartirlo con Griezmann, que robó la pelota a Eric García, con Barrios, que la puso a la espalda de la defensa en el lugar exacto al que tenía que correr Gallagher, y con el inglés, que se la puso en el área.

Quedaba entonces lo peor para el Atlético. El Barcelona no se conformó con igualar el partido en dos fogonazos y en el tiempo añadido ya se encontró con el gol de Lamine Yamal. Un gol empujado por la suerte que acabó de derrumbar al Atlético. El cuarto ya era un añadido que abulta el marcador, pero el dolor es el mismo. Ferran fue burlando jugadores del Atlético camino del cuarto como quien aparta cadáveres antes de poner la pelota en la esquina de la portería de Oblak.

El Atlético ya estaba derrotado, rumiando la crueldad del fútbol y con la cabeza hundida.

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