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8 de julio de 2025

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Las 12 horas que sacudieron al Gobierno y al PSOE: “Santos me ha mentido en toda la cara”

Este miércoles, como casi siempre cuando tiene sesión de control, Pedro Sánchez había llegado bastante temprano a la zona de Gobierno del Congreso, a pocos pasos de la entrada al hemiciclo. Allí están a esas horas miembros del Ejecutivo y del entorno más próximo del presidente que aprovechan para hablar con él en unos minutos relajados antes del pleno. Santos Cerdán es una de esas poquísimas personas ajenas al Gobierno que tenía autorización para entrar a esa zona cuando quisiera, por su estrecho vínculo con el presidente. Él era mucho más que un número tres del partido. El negociador con Junts, el hombre que coordina todos los movimientos de los distintos dirigentes territoriales. Cuando llamaba Cerdán, todos sabían que era como si lo hiciera Sánchez. Las portadas de algunos diarios ya hablaban del “informe Cerdán” de la UCO que estaba a punto de salir. Sánchez y su hombre clave del partido las comentaron indignados.

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 Cerdán negó los hechos incluso ante el líder ya con todas las conversaciones publicadas. El presidente lo defendió hasta el último minuto, convencido de que el informe sería un bluf  

Este miércoles, como casi siempre cuando tiene sesión de control, Pedro Sánchez había llegado bastante temprano a la zona de Gobierno del Congreso, a pocos pasos de la entrada al hemiciclo. Allí están a esas horas miembros del Ejecutivo y del entorno más próximo del presidente que aprovechan para hablar con él en unos minutos relajados antes del pleno. Santos Cerdán es una de esas poquísimas personas ajenas al Gobierno que tenía autorización para entrar a esa zona cuando quisiera, por su estrecho vínculo con el presidente. Él era mucho más que un número tres del partido. El negociador con Junts, el hombre que coordina todos los movimientos de los distintos dirigentes territoriales. Cuando llamaba Cerdán, todos sabían que era como si lo hiciera Sánchez. Las portadas de algunos diarios ya hablaban del “informe Cerdán” de la UCO que estaba a punto de salir. Sánchez y su hombre clave del partido las comentaron indignados.

Cerdán insistía en su indefensión, en quejarse de una persecución. Él decía, en público y en privado, que lo único que podía haber era conversaciones en las que se interesaba por alguna obra pública pero no por contratos amañados, sino porque le presionaban los alcaldes para ver si la que les afectaba iba a estar terminada para la campaña electoral de 2023. Y Sánchez, y con él todos los demás, le creyeron.

Ese miércoles, antes de la sesión de control, Cerdán y Sánchez estuvieron un rato a solas en la zona de Gobierno. El presidente transmitió su solidaridad a su mano derecha en el PSOE. “Esto no puede ser, no puedes defenderte, es muy injusto”, le decía. Cerdán y Sánchez habían hablado muchas veces de estas cuestiones. El presidente le hizo llegar su solidaridad varias veces en público y muchas más en privado. “Están difamando a una persona honesta”, le había dicho a Alberto Núñez Feijóo en la anterior sesión de control, cuando el PP ya apretaba duro sobre el informe que estaba preparando la UCO. Después hubo un momento extraño que captaron las cámaras, Cerdán y Sánchez no se saludaron, y él no lo mencionó ante Feijóo. Pero diversas fuentes coinciden en que fue casual, el apoyo se lo había trasladado de forma cerrada minutos antes y lo haría también después, durante todo el día e incluso la mañana del jueves. El entorno del presidente aseguraba que él mantenía de forma absoluta la confianza en Cerdán a la espera del informe.

Llegó la noche, y la Cadena SER empezó a dar noticias muy inquietantes para el PSOE. El informe era demoledor, había conversaciones de Cerdán hablando de amaños de contratos, y la imputación era segura. Incluso ahí, Sánchez decidió apoyar a su número tres. Volvieron a hablar, le expresó su solidaridad por lo que creía una persecución injusta, dijo que creía todo lo que le decía —que nunca había estado presente en ninguna conversación de dinero extraño o de amaños en contratos— y autorizó un comunicado que elaboraron Cerdán y su equipo para defender su inocencia. Estaba tan de acuerdo con él, que lo envió él mismo a un grupo que tiene el Gobierno, para que lo pudieran ver todos los ministros. Y ordenó difundirlo al máximo. También se envió al grupo de la Ejecutiva federal del PSOE, con autorización de Sánchez.

En ese momento, aunque la preocupación crecía en todo el partido y en el Gobierno, Sánchez dijo a su entorno que tenía que haber una confusión en el informe. Que no era posible que Cerdán le estuviera mintiendo de esa manera tan burda y llevara haciéndolo años en los que han compartido miles de horas, reuniones, viajes, momentos de máxima tensión y de mucha confianza. Las apuestas en el entorno del presidente eran que el informe sería un bluf, que al fin podría defenderse y explicar todo.

Algunos analizan ahora, con perspectiva, que Sánchez también fue presa de su propia obsesión con la persecución judicial contra el Gobierno y el PSOE de la que él y sus personas de confianza, Cerdán entre ellos, han hablado tantas veces. La cúpula en torno a Sánchez se instaló tanto en la idea de que todas las acusaciones contra ellos eran falsas que, pese a las noticias cada vez más inquietantes sobre Cerdán, el presidente decidió creerle. Además, el jefe del Gobierno y del PSOE ha demostrado un nivel de desinformación impensable para un presidente del Gobierno. En su entorno insisten en que no supo nada concreto del demoledor informe de casi 500 páginas hasta que no lo publicó la prensa. Ni él ni su ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, tuvieron ningún tipo de información, y por eso, señalan los suyos, medio Gobierno puso la mano en el fuego por Cerdán hasta quemársela entera.

Según explican varios dirigentes consultados, al contrario que José Luis Ábalos, que siempre llevó un ritmo de vida muy alto, hablaba mucho de dinero, se quejaba de que no le llegaba y de que otros en el Ejecutivo y sobre todo empresas públicas ganaban mucho más que él, Cerdán era un hombre aparentemente muy austero, bastante gris en sus gustos, con un toque claramente rural que él siempre reivindicaba -iba todo lo que podía a su pueblo en Navarra, donde realmente parecía sentirse cómodo- sin coches caros, ni relojes, ni restaurantes finos, ni ningún lujo visible.

Con esa defensa cerrada de Sánchez se fueron él y los ministros a dormir el miércoles, confiando en que la UCO habría cometido en el mejor de los casos un error y en el peor un evidente exceso que se podría comprobar al leer el informe. El jueves Sánchez ya no fue al Congreso, pero Cerdán sí. El número tres del PSOE tuvo aún el cuajo de negar todo. “No me reconozco en esas conversaciones, nunca ha participado en una conversación de ese tipo”, le dijo a los periodistas. Ya solo quedaba menos de una hora para que se publicara el informe, pero en ese momento Sánchez seguía apoyándolo. Incluso después de que conociera la nota del Supremo que apuntaba que el juez veía indicios sólidos contra Cerdán. Sánchez y su equipo seguían en ese momento indignados con las filtraciones a la prensa sin que aún se supiera a ciencia cierta qué decían las conversaciones, cuál era el contexto. “Esta filtración seguro que no la investiga el Supremo”, se quejaban en su entorno poco antes de que apareciera el informe completo, respirando por la herida del proceso contra el fiscal general del Estado por otra filtración que afecta al novio de Isabel Díaz Ayuso.

Entonces salió el informe y fue como una detonación simultánea en todos los despachos del poder del país. Sánchez lo leyó en el suyo en La Moncloa, a solas, con asesores que le iban dando detalles. El hemiciclo se llenó de políticos, periodistas, asesores, girando sus móviles a la posición horizontal para leer mejor los demoledores mensajes entre Cerdán, Ábalos y Koldo García. “Pensábamos que él no tenía nada que ver y de repente descubrimos que no solo pasaba por ahí, es que parecía el jefe de la trama, el que manejaba el dinero”, resume un miembro del Gobierno. Impertérrito, aunque con las manos temblorosas y cada vez más hundido en su escaño, Cerdán también lo leía con su mano derecha, Juanfran Serrano, a la vista de los periodistas en la tribuna de prensa, justo encima de su escaño, y los fotógrafos a su lado. Mientras, recibía decenas de mensajes que iba borrando cuidadosamente.

En cuanto lo leyó, Sánchez consultó con algunos miembros de su núcleo duro y tenía muy claro que Cerdán tenía que dimitir. Pero antes, hizo algo inesperado, que solo se explica porque este es un asunto del que no puede responsabilizar a nadie más que a sí mismo, porque fue él quien decidió confiar en Cerdán, que le acompaña desde 2014, como antes lo hizo en Ábalos. Pero es que además le puso a él a limpiar el partido después de la crisis por la salida del anterior secretario de organización, apostó por él cuando se enfrentó con Adriana Lastra y ella acabó fuera de la cúpula y Cerdán con todo el poder, y le renovó la confianza en el congreso del PSOE hace seis meses, cuando ya había muchas sospechas y todos sabían que había sido él quien llevó a Koldo al PSOE y a Madrid. Cuando echó a Ábalos, Sánchez nunca quiso hablar con él. Mandó a Cerdán. Pero esta vez era diferente.

El presidente dio instrucciones para que su número tres fuera a La Moncloa en cuanto acabara el pleno. Cerdán votó como los demás, salió más nervioso de lo que entró —“estoy muy tranquilo, había dicho a la entrada”— y se fue a hablar con el líder. Algunos afirman que Sánchez quería que Cerdán le confesara a la cara lo que había hecho, que admitiera que le había engañado durante años. Pero sucedió lo contrario. Incluso delante de Sánchez, con casi 500 folios inapelables, Cerdán lo negó todo. Dijo que ese de las conversaciones no era él, que estaban manipuladas, que él nunca había repartido dinero de comisiones, que eso era imposible. Sánchez le ordenó que dimitiera y entregara el acta y lo comunicara a los medios rápidamente. El presidente necesitaba anunciar las decisiones rápido porque a las 19.00 tenía un acto con el Rey y con Antonio Costa, presidente del Consejo Europeo, en el Palacio Real.

En cuanto Cerdán se marchó a Ferraz para escribir su comunicado con sus colaboradores, Sánchez reunión a su núcleo duro o al menos a los que pudieron llegar rápidamente. Los ministros María Jesús Montero, Félix Bolaños, Óscar López, y su jefe de Gabinete, Diego Rubio, vieron a Sánchez demacrado, muy tocado. El líder también habló por teléfono con muchos otros ministros y colaboradores. A todos les repetía lo mismo: “Santos me ha mentido en toda la cara, es increíble, me ha engañado durante años”.

El presidente descartó las medidas más drásticas: su dimisión, que pide la oposición —“esto no va de mí o del PSOE sino de un proyecto político que está haciendo cosas buenas para el país”, diría después—, la convocatoria de elecciones, una crisis de Gobierno, una moción de confianza. Y se centró en la remodelación del PSOE, que anunciaría después, y una auditoria externa. Para muchos, muy poco para las dimensiones de la crisis. Otros sostienen que en los próximos días Sánchez tendrá que madurar más movimientos porque el agujero de credibilidad que le deja la corrupción de sus dos últimos secretarios de organización es enorme.

El presidente se preparó entonces para comparecer en Ferraz, algo que no había hecho nunca desde que es presidente del Gobierno, y romper un silencio de 44 días sin admitir preguntas de la prensa. En La Moncloa se cambió, se puso un traje muy oscuro, casi negro, como de funeral, se maquilló muy fuerte, con un tono mucho más sombrío de lo habitual, y con esa cara de sepelio llegó ante los periodistas en una comparecencia muy seguida en televisión. Pidió perdón ocho veces, dijo que nuca tenía que haber confiado en Cerdán, y trató de ganar tiempo para intentar recomponer su mayoría, reorganizar el PSOE y pensar en algún movimiento pare evitar un colapso definitivo que le lleve a unas elecciones en el peor momento posible, con una casi segura debacle para la izquierda que está en shock después de que el partido que llegó al poder contra la corrupción de Gurtel y del PP de Mariano Rajoy tenga a sus dos últimos secretarios de organización en una caso flagrante de amaños de contratos y enriquecimiento con comisiones de empresas constructoras.

Nadie sabe cómo va a salir Sánchez esta vez del agujero, el más profundo en el que ha estado en siete años en La Moncloa. La desolación es total. “Tres golfos se pueden cargar un proyecto político que hacen miles de personas y sirve a millones. Es terrible”, se lamenta un miembro del Ejecutivo. No eran tres cualquiera, sobre todo Ábalos y Cerdán, los dos a los que Sánchez les encargó dirigir el partido mientras él estaba en el Gobierno.

Como siempre, todos esperan movimientos audaces de Sánchez. Pero de momento nadie los vislumbra y él ha decidido darse tiempo para pensar y consultar con dirigentes del partido antes de dar más pasos. Sánchez, el hombre de las mil resurrecciones, esta vez tiene un problema mayúsculo: no hay nadie a quien culpar, más allá de los corruptos. No hay complots externos, no hay jueces o policías haciendo cosas extrañas. El único responsable de haber confiado en Cerdán y antes en Ábalos es el propio presidente. Y por eso la reacción tendrá que ser suya y muy fuerte si quiere reconducir la legislatura.

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