La vicepresidenta Ribera, de la Comisión Europea, ha autorizado 32.000 millones de euros en ayudas públicas para ampliar la vida útil de dos centrales nucleares belgas, y tendrá que aprobar otros 20.000 millones para nucleares en Suecia. En paralelo, el Gobierno laborista del Reino Unido (fuera de la UE) dedica más de 13.600 millones de libras en dinero público para impulsar la construcción de una nueva planta nuclear con el objetivo de duplicar el peso de la energía nuclear en su mix energético en 2050. El canciller alemán Merz ha declarado que el día que se cerraron las nucleares fue “un día negro para Alemania” porque incrementó su dependencia del carbón y del gas ruso, y se plantea ahora lanzar un nuevo programa nuclear para el país, como también ha anunciado Meloni, tras varias décadas sin nucleares en Italia. La irredenta Francia impulsa su producción nuclear civil reorientando su anterior política de cierre de reactores y apostando, ahora, por la expansión de la energía nuclear. Europa central y del este impulsan también la energía nuclear (Polonia, Eslovaquia, Hungría…) en línea con el auge experimentado en el resto del mundo (USA, China, Canadá…), bien con nuevos reactores de gran escala, bien extendiendo la vida útil de los existentes, bien apostando por los nuevos minirreactores SMR. Incluso en Japón, a pesar del accidente de Fukushima, el asunto ha dejado de ser tabú.
En el caso de España, el Gobierno debería obligar a las empresas a una moratoria más allá de los tres años que han pedido
La vicepresidenta Ribera, de la Comisión Europea, ha autorizado 32.000 millones de euros en ayudas públicas para ampliar la vida útil de dos centrales nucleares belgas, y tendrá que aprobar otros 20.000 millones para nucleares en Suecia. En paralelo, el Gobierno laborista del Reino Unido (fuera de la UE) dedica más de 13.600 millones de libras en dinero público para impulsar la construcción de una nueva planta nuclear con el objetivo de duplicar el peso de la energía nuclear en su mix energético en 2050. El canciller alemán Merz ha declarado que el día que se cerraron las nucleares fue “un día negro para Alemania” porque incrementó su dependencia del carbón y del gas ruso, y se plantea ahora lanzar un nuevo programa nuclear para el país, como también ha anunciado Meloni, tras varias décadas sin nucleares en Italia. La irredenta Francia impulsa su producción nuclear civil reorientando su anterior política de cierre de reactores y apostando, ahora, por la expansión de la energía nuclear. Europa central y del este impulsan también la energía nuclear (Polonia, Eslovaquia, Hungría…) en línea con el auge experimentado en el resto del mundo (USA, China, Canadá…), bien con nuevos reactores de gran escala, bien extendiendo la vida útil de los existentes, bien apostando por los nuevos minirreactores SMR. Incluso en Japón, a pesar del accidente de Fukushima, el asunto ha dejado de ser tabú.
España es el único país del mundo que, caminando en sentido contrario, tiene programado acabar con las centrales de que dispone hoy en su mix energético. Con ello, además, incumplimos una de las recomendaciones del aclamado informe Draghi, que se refiere, en concreto, a “no cerrar nucleares en activo” como parte del proyecto de nueva Europa que propone.
¿Cuál es la razón de este giro copernicano producido en, apenas, los últimos cinco años? El primer dato lo tuvimos en la COP28 (Dubái) de 2023, donde más de 20 países firmaron un compromiso para triplicar la capacidad global de la energía nuclear para 2050, como parte de su estrategia para conseguir los objetivos de cero emisiones netas. Esta declaración se reforzó con nuevas adhesiones en la COP29 (Bakú 2024). Y es que la energía nuclear no emite CO2, razón por la que la Comisión Europea la incluye en su taxonomía limpia o verde.
La canciller Merkel anunció el cierre de las centrales nucleares en marzo de 2011, tras el accidente de Fukushima, y cuando Italia anunció el cierre de las suyas fue tras un referéndum celebrado en 1987, justo después del accidente de Chernóbil. En una Europa asustada por décadas de guerra fría con la URSS basada en la destrucción nuclear mutua garantizada como elemento militar disuasorio y los miedos a que estuviéramos construyendo en Occidente Estados nucleares que utilizaran la disuasión nuclear como excusa para ir introduciendo medidas internas de control policial que fueran restringiendo la democracia (El Estado nuclear, de Robert Jungk, 1979), los accidentes nucleares fueron la chispa que relanzó la conciencia ciudadana ante los peligros de la energía nuclear, también para la salud, e impulsó un movimiento ecologista que, en Alemania, alcanzó mucho peso y que hizo del “Nucleares, no gracias” un lema popular, también en votos.
En ese momento, la lucha contra el cambio climático no estaba entre las prioridades de la sociedad y, por tanto, preocupaba menos que ahora el hecho de que la nuclear se sustituyera en Alemania por carbón (45% en 2013, 24% en 2024) y gas ruso (26% en 2024) o por gas natural importado, como Italia, donde constituye el 45%-50% de su generación eléctrica.
Todo el paradigma en que se inscribe el miedo a lo nuclear en Europa salta por los aires por tres hechos: las grandes mejoras tecnológicas y en seguridad introducidas en unas instalaciones nucleares sometidas a rigurosas inspecciones regulares; la caída de la URSS y la desaparición aparente del riesgo militar nuclear, con un cierto desmantelamiento de arsenales; y la inclusión prioritaria de la lucha contra las emisiones de CO2 como compromiso esencial de los países para controlar los efectos del cambio climático, lo que revaloriza la energía nuclear como limpia a estos efectos.
Los primeros objetivos vinculantes de reducción de emisiones de CO2 se establecen en el Protocolo de Kioto para entrar en vigor en 2005, pero no es hasta el Acuerdo de París de 2015 que se alcanza el primer acuerdo universal para luchar contra el cambio climático, sin que diez años después hayamos sido capaces de cumplirlos, a pesar de meter a la UE en medio de una transición ecológica incompleta, desequilibrada y sin prestar atención a sus damnificados.
Pero, sobre todo, han contribuido el cambio total de paradigma experimentado por Europa tras la guerra de Ucrania, el abandono militar y comercial de USA y la amenaza tecnológico-económica china, que han lanzado a la UE a un plan acelerado de autonomía estratégica en sectores esenciales, entre los que está la energía, haciéndolo compatible con la reducción de emisiones, lo que conlleva avanzar hacia la transición energética introduciendo con fuerza las tecnologías renovables y, a la vez, mantener o relanzar la energía nuclear como fuente complementaria que, a la vez que da estabilidad al sistema reduciendo riesgos de apagones, cumple el resto de los objetivos que hoy (no hace 20 años) tenemos los países europeos de cara al futuro.
En el caso de España, el Gobierno debería obligar a las empresas a una moratoria del calendario de cierre más allá de los tres años que han pedido, estudiando, como en otros países, cuál debe de ser la parte de coste asumida por el Estado como ayudas públicas. Y, por otro lado, dado que España tiene una importante reserva de uranio y toda la estrategia minera se está poniendo sobre la mesa en la UE, eliminar la prohibición, introducida en 2021, de explotar minas de uranio en nuestro territorio. El siglo XXI exige adoptar estas medidas, y no verlo así resultará peligroso para el país.
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