Miguel Tellado, Ferrol, 51 años, es la prueba viviente de que se puede empezar a recorrer una carrera laboral y política como periodista de un jefe nacionalista, independentista y de izquierdas y pasar a ejercer de ejecutor sin reparos del Alberto Núñez Feijóo menos transversal y moderado de su historia. Todo con una sonrisa de killer en su cara, como si los peores improperios que brotan de su garganta no tuvieran ninguna consecuencia sobre la tierra quemada. El nuevo secretario general del PP, el número dos del partido ahora con más poder territorial de España, culmina con ese cargo una faena que le encomendó Feijóo cuando el clan gallego del expresidente de la Xunta emigró a Madrid hace tres años: tomar el poder total en el partido para derrotar a Pedro Sánchez y abrirle paso a La Moncloa.
El lenguaje y las maneras rudas solapan la ideología del nuevo secretario general popular
Miguel Tellado, Ferrol, 51 años, es la prueba viviente de que se puede empezar a recorrer una carrera laboral y política como periodista de un jefe nacionalista, independentista y de izquierdas y pasar a ejercer de ejecutor sin reparos del Alberto Núñez Feijóo menos transversal y moderado de su historia. Todo con una sonrisa de killer en su cara, como si los peores improperios que brotan de su garganta no tuvieran ninguna consecuencia sobre la tierra quemada. El nuevo secretario general del PP, el número dos del partido ahora con más poder territorial de España, culmina con ese cargo una faena que le encomendó Feijóo cuando el clan gallego del expresidente de la Xunta emigró a Madrid hace tres años: tomar el poder total en el partido para derrotar a Pedro Sánchez y abrirle paso a La Moncloa.
Tellado es el hombre en la sombra para casi todos los trabajos duros, oscuros y complejos que ha requerido Feijóo desde que le aupó como secretario general del PP de Galicia un poco por sorpresa en 2016, tras haber ocupado el puesto de portavoz de ese partido desde 2014. En apenas 11 años ha pasado de diputado raso en el Parlamento gallego, donde se ejercitó en ejecutar las órdenes del equipo mediático de Feijóo contra cualquier rival, a imponer su particular impronta sin concesiones en la sala de máquinas del PP nacional, el mayor partido en el Congreso, con mayoría absoluta en el Senado y el 70% del poder territorial del país tras las últimas elecciones.
El asalto de Tellado a la secretaría general del PP estaba cantado, aunque Feijóo y su entorno del clan gallego han medido bien los pasos a seguir para dar la sensación de que no avasallan. Cuando dimitió Pablo Casado en todos los sentidos como líder del PP, tras denunciar en 2 022 la corrupción interna en el entorno familiar de Isabel Díaz Ayuso, Feijóo ya encargó a Tellado que desbrozase el terreno de aterrizaje en Génova 13 con llamadas a otros barones autonómicos. Logrado ese paso, cumplió luego como vicesecretario de Organización, relevó y silenció a Cuca Gamarra como portavoz en el Congreso en noviembre de 2023 y ahora hará lo mismo en la secretaría general del partido, que era el plan inicial, porque entiende que se avecina la batalla final y definitiva por La Moncloa y no quiere fallos ni disgustos en cualquier agrupación del partido por toda España.
Cuando Feijóo prescindió de Gamarra en el Congreso, donde quería atrincherarse tras ser la cabecilla del sector que traicionó a Casado en cuestión de horas, el líder justificó el cambio en que necesitaba un portavoz parlamentario mucho más de combate, de su confianza total ante un grupo disperso y desconfiado y sabía que podía contar con un Tellado dispuesto a todo sin ninguna componenda, que es lo que probó ya en Galicia cuando estuvo en la oposición al socialista Emilio Pérez Touriño. Esa labor de zapa la practicó Tellado sin reparar en la presunción de inocencia, ni de la presidenta de las Cortes, “el congelador de Armengol”, ni del presidente del Gobierno y toda su familia, ni de cualquier miembro del Ejecutivo o de sus socios que se interpusiera en ese camino.
En estos años en el Congreso, Tellado ha desarrollado un método de trabajo incansable, algo que nadie le niega, pero también demoledor, que no entiende de consensos ni diálogos con el enemigo. En ese contexto puede utilizar a su antojo el dolor de las víctimas de ETA para gran malestar de algunos familiares o excederse en las metáforas chantajistas de las exigencias de los socios nacionalistas, y conservadores, del Gobierno. “A veces se le va la mano, suele pasar”, reconocen parlamentarios de su grupo, siempre desde el anonimato, que le conceden el beneficio de que le sucede porque ejerce sin dobleces de paraguas y trinchera de los golpes que no debe recibir Feijóo. No le importa esa mala imagen, la da por descontada.
Lo que tampoco digiere nada bien son las filtraciones a la prensa de sus propios compañeros, que se han sentido amenazados, en ocasiones no literariamente, por vulnerar la impuesta ley del silencio. Las citas con los informadores de algunos parlamentarios del PP se conciertan así como si aún estuviéramos en la clandestinidad.
En sus comparecencias de prensa, Tellado empieza con intervenciones de media hora en las que desgrana un discurso escrito desbordante de sentencias y titulares sin matices, donde puede llamar en el mismo párrafo al presidente mafioso, corrupto o delincuente. Luego acepta preguntas de cualquier medio y en los corrillos más informales se muestra mucho más conciliador. Ese tono, sin embargo, no se lo permite ni en la tribuna del hemiciclo con nadie, pero tampoco en las reuniones más internas, sin cámaras, con los portavoces de los demás grupos. Algunos, desde ERC, el PNV o el BNG, han abandonado esas citas hartos de “los mítines de Tellado”.
La propia Armengol intentó sin éxito durante mucho tiempo concertar una charla privada, discreta, para sondear si había alguna posibilidad de entente. Tellado lo rechazó. La tercera autoridad del Estado solicitó incluso la mediación a Feijóo, al que ha interpelado en el propio pleno para aplacar los insultos y ataques que Tellado profiere contra cualquier ministro al que tiene a apenas medio metro en su bancada mientras está en el uso de la palabra. El café con Armengol se celebró recientemente, sin ningún éxito. Las llamadas al orden a Tellado, y varios componentes de su bancada radical, se han seguido reproduciendo sin mayores consecuencias.
Las intervenciones de Tellado, en el Congreso, los mítines o las ruedas de prensa, no son muy ideológicas ni herederas del ferrolano y expresidente regeneracionista José Canalejas. Esa no es su función, ni se lo permite. Conoce sus límites. Cuando comenzó a trabajar en 1998 en una radio municipal de Fene, el municipio a las afueras de Ferrol en el que nació Yolanda Díaz, marcado por el sindicalismo de los grandes astilleros y de tendencia y voto durante lustros claramente del BNG, “se mostraba abiertamente nacionalista y de izquierdas”, como le recordaba hace pocos años a Sonia Vizoso en EL PAÍS, Xosé María Rivera Arnoso, histórico exalcalde del Bloque.
Esa veleidad bloquera se le pasó rápidamente. Aunque Tellado estudió Ciencias Políticas en Santiago y coqueteó con movimientos estudiantiles de izquierdas, la mayoría de sus empleos luego han tenido que ver con gabinetes de prensa de cargos del PP, locales, provinciales y autonómicos, en Galicia. En aquella etapa se recorrió en coche toda la comunidad, por cualquier carretera y a cualquier hora, para proferir una charla, dar un paseo con la militancia o participar en un acto de partido y al acabar se volvía a casa en Ferrol, aunque fuera muy tarde y hubiera 200 kilómetros de distancia. Allí tenía a su familia, su mujer y dos hijos. Esa concesión personal también la relegó cuando asumió ya en Madrid que su única misión en el mundo es meter a Feijóo en La Moncloa.
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