Aunque duró solo unas horas, en verano se vivió una noticia que llamaba poderosamente la atención. Elon Musk ya no era el hombre más rico del mundo. Algunos pensaron, no faltos de argumentos, que su caída era debida a su deriva política, al que ya se puede empezar a considerar fallido relanzamiento de Twitter (X) o al estancamiento de ventas de Tesla.
Soplan vientos favorables para la inteligencia artificial, pero hay que saber recogerlos
Aunque duró solo unas horas, en verano se vivió una noticia que llamaba poderosamente la atención. Elon Musk ya no era el hombre más rico del mundo. Algunos pensaron, no faltos de argumentos, que su caída era debida a su deriva política, al que ya se puede empezar a considerar fallido relanzamiento de Twitter (X) o al estancamiento de ventas de Tesla.
Y es que, durante casi un día, a mediados de julio, la mayor fortuna del planeta perteneció al cofundador de Oracle Larry Ellison, cuya compañía protagonizó una revalorización en bolsa sin precedentes en la época moderna. Eso le hizo escalar, según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg, a la primera posición, que horas después recuperaría el magnate sudafricano.
Con todo, Larry Ellison se ha consolidado en una honrosa segunda posición, fruto del éxito de su gestión empresarial. A fecha de finales de septiembre, las acciones habían subido un 45%, impulsadas por el interés que despierta todo lo relacionado con la inteligencia artificial.
Pero, entre todas las empresas de inteligencia artificial, ¿por qué el mercado premia especialmente a la compañía texana? La explicación puede ser sencilla. Mientras el mundo se enfoca en los modelos de IA generativa y sus aplicaciones, Ellison y Oracle han estado construyendo silenciosamente la columna vertebral que los sostiene.
No son las únicas compañías que lo hacen, claro. Hay muchas otras empresas que centran sus esfuerzos en sustentar un ecosistema que precisa de muchas variables, no solo de desarrollar LLM. La experiencia hace buena hoy un dicho muy conocido entre el mundo emprendedor. Cuando llegó la fiebre del oro, cuentan, no se hicieron ricos quienes lo descubrieron ni quienes lo explotaron, sino quienes vendían picos y palas.
El impacto en la economía real
Lo cierto es que, como apunta un análisis que publica The New York Times, la IA está ya impactando en la “economía real”. Pero para sostenerla es preciso apuntalar un escenario donde se necesitan también fábricas de semiconductores, data centers o parques de energías renovables para mantenerlos operativos.
Los datos que le da el banco de inversión USB al Times hablan de que, este año, toda esta industria derivada de la IA moverá unas inversiones de 375.000 millones de dólares. Son cuentas globales, que escalarán hasta los 500.000 millones de dólares en 2026.
Soplan vientos favorables para la IA, pero hay que saber recogerlos. El experimentado marinero que es Larry Ellison (vivió varios meses en su yate mientras se celebraba la Copa América de vela en Valencia) ha sabido hacerlo, también en el ámbito político. Su participación en el mediático proyecto Stargate, demuestra su habilidad para moverse entre los grandes contratistas pasando bastante desapercibido, sin generar apenas ruido negativo.
La lección que emerge de todo esto es que no todo el valor de la IA está en lo espectacular del modelo LLM. Lo está también en lo cotidiano, en el poder de procesar datos, garantizar latencia aceptable y ofrecer soberanía, gobernanza, disponibilidad y escalabilidad.
Ninguno de estos temas es menor. La gobernanza es cada vez más crítica ante el escrutinio regulatorio al que la IA se somete en la mayoría de mercados. Compañías como IBM centran en este campo buena parte de su apuesta al ofrecer garantías para sectores altamente regulados como la salud o la banca.
La inferencia masiva y la necesidad de latencia baja, privacidad y gobernanza, hacen que no sólo importe cuánto hardware tienes, sino dónde lo tienes, cómo lo conectas, cómo de cerca están los datos, y cómo de fiable es la infraestructura.
Muchas compañías buscan una posición en ese estrato: el de quien ofrece no solo modelos, sino las tuberías, los cables, el acero, la energía, los centros de cómputo que permiten que los modelos funcionen. Y esa es una baza que muchos model‐makers y grandes clientes (empresas, gobiernos, instituciones reguladas) pagan generosamente.
Y lo que el mercado, a tenor de las cifras, está valorando. Pero más allá de quién amase la fortuna más desorbitada del planeta, hay una cosa clara. Entre todos debemos construir una estructura sólida para que despliegue una tecnología que, bien usada, traerá beneficios para todos.
La IA puede tener muchos riesgos, pero el mayor de todos es no usarla.Parece justo que el mercado esté premiando a quienes construyen su infraestructura. Hoy es tarea de todos terminar de construirla y usarla con cabeza.
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