Ha llegado el otoño y el cambio de hora y parece que para comer o cenar apetecen más sopas, guisos, caldos y comidas de cuchara en general. Puede que el descenso de temperaturas influya, pero la ciencia tiene otra explicación para que en esta época apetezca más este tipo de comida.
Stelios Kiosses, psicoterapeuta y director del curso de psicología culinaria en la Universidad de Oxford, explica en un reportaje publicado por el Mirror qué hay detrás de esta tendencia casi inconsciente.
Kiosses cree que los antojos son más que una simple coincidencia, y que son profundamente psicológicos y se conectan con la memoria, el estado de ánimo e incluso con nuestro sentido de identidad.
Como parte de la investigación para su próximo libro sobre psicología culinaria, Kiosses concluye que los antojos otoñales de sopa no se deben solo al clima frío en sí, sino a los recuerdos que acompañan a los alimentos que anhelamos.
«No solo anhelas la sopa en sí, anhelas una sensación. La comida despierta la memoria, la emoción y el deseo de volver a algo alegre y familiar», dice el experto de Oxford.
«Las comidas invernales suelen quedar grabadas en la memoria. El aroma de las especias calentándose, el crepitar del fuego, el primer sorbo de algo caliente tras entrar del frío. Todo esto nos transporta al instante», prosigue el autor.
«Para muchos, una sopa casera no es solo un alivio, sino un recuerdo de las tardes acogedoras, el tiempo en familia y el ritmo reconfortante de las tradiciones festivas», agrega.
Esto se debe a que nuestros sentidos, especialmente el olfato y el gusto, están estrechamente vinculados al sistema límbico, la parte del cerebro involucrada en las emociones y la memoria. Cuando comemos ciertos alimentos, no solo satisfacemos el hambre, sino que activamos toda una red emocional.
«A partir de octubre, muchos anhelamos calor, aunque el clima exterior no sea precisamente agradable. Las comidas caseras, un asado y las frutas y verduras de temporada nos hacen sentir más en sintonía con la estación», dice Stelios Kiosses.
«Saber cuándo buscamos comida para reconfortarnos, recordar o celebrar puede ayudarnos a elegir alimentos que se ajusten a cómo queremos sentirnos, no solo a lo que creemos que deberíamos comer», prosigue.
El autor concluye que «el invierno, en este sentido, nos da permiso para reconectar con la comida, con amigos y familiares, y con partes de nosotros mismos que podríamos haber descuidado durante una temporada más tranquila».
Stelios Kiosses es psicoterapeuta y director del curso de psicología culinaria en la Universidad de Oxford.
Ha llegado el otoño y el cambio de hora y parece que para comer o cenar apetecen más sopas, guisos, caldos y comidas de cuchara en general. Puede que el descenso de temperaturas influya, pero la ciencia tiene otra explicación para que en esta época apetezca más este tipo de comida.
Stelios Kiosses, psicoterapeuta y director del curso de psicología culinaria en la Universidad de Oxford, explica en un reportaje publicado por el Mirror qué hay detrás de esta tendencia casi inconsciente.
Kiosses cree que los antojos son más que una simple coincidencia, y que son profundamente psicológicos y se conectan con la memoria, el estado de ánimo e incluso con nuestro sentido de identidad.
Como parte de la investigación para su próximo libro sobre psicología culinaria, Kiosses concluye que los antojos otoñales de sopa no se deben solo al clima frío en sí, sino a los recuerdos que acompañan a los alimentos que anhelamos.
«No solo anhelas la sopa en sí, anhelas una sensación. La comida despierta la memoria, la emoción y el deseo de volver a algo alegre y familiar», dice el experto de Oxford.
«Las comidas invernales suelen quedar grabadas en la memoria. El aroma de las especias calentándose, el crepitar del fuego, el primer sorbo de algo caliente tras entrar del frío. Todo esto nos transporta al instante», prosigue el autor.
«Para muchos, una sopa casera no es solo un alivio, sino un recuerdo de las tardes acogedoras, el tiempo en familia y el ritmo reconfortante de las tradiciones festivas», agrega.
Esto se debe a que nuestros sentidos, especialmente el olfato y el gusto, están estrechamente vinculados al sistema límbico, la parte del cerebro involucrada en las emociones y la memoria. Cuando comemos ciertos alimentos, no solo satisfacemos el hambre, sino que activamos toda una red emocional.
«A partir de octubre, muchos anhelamos calor, aunque el clima exterior no sea precisamente agradable. Las comidas caseras, un asado y las frutas y verduras de temporada nos hacen sentir más en sintonía con la estación», dice Stelios Kiosses.
«Saber cuándo buscamos comida para reconfortarnos, recordar o celebrar puede ayudarnos a elegir alimentos que se ajusten a cómo queremos sentirnos, no solo a lo que creemos que deberíamos comer», prosigue.
El autor concluye que «el invierno, en este sentido, nos da permiso para reconectar con la comida, con amigos y familiares, y con partes de nosotros mismos que podríamos haber descuidado durante una temporada más tranquila».
20MINUTOS.ES – Ciencia
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